
Queridos cofrades, recordad conmigo el Himno de la Caridad de San Pablo (Cor. 13):
“Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, sería como el bronce que resuena o un golpear de platillos.
Y aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, y aunque tuviera tanta fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, no sería nada.
Y aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo para dejarme quemar, si no tengo caridad, de nada me aprovecharía.
La caridad es paciente, la caridad es amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad; todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.”
Os sugiero repensar este precioso texto bíblico en clave de hermandades y cofradías:
Aunque yo invirtiera en patrimonio de imágenes y bordados más que nadie, si no tengo amor sería solamente un ruido externo y, a veces, vacío.
Aunque supiera las normas universales y particulares de memoria, y comprara la mejor corona y contratara la banda de música más famosa, si no tengo amor, no soy nada.
Aunque la bolsa de caridad de mi hermandad fuera muy gruesa y yo quemara el tiempo que le debo a mi familia en actividades cofrades, descuidando el sacramento de mi matrimonio en ensayos y reuniones, sin verdadero amor no soy nada.
El amor cofrade está lleno de paciencia y amabilidad, no se detiene en la vanidad de las pompas y los títulos, no es envidioso ni soberbio, no se irrita ni irrita a otros. El amor cofrade se complace en la verdad sin llevar cuentas del mal.
Un amor así aguanta, cree, espera y soporta. Es un amor fraterno junto a otros hermanos, lleno de la mejor bondad y la más alta cortesía.
En la vida que se nos regala para regalarla, todo lo que no sea amarnos, nos estorba para la vida eterna. Lo mismo que la cofradía sale de la Iglesia y retorna a ella, así en la procesión de la vida, venimos del amor de Dios y caminamos hacia el amor de Dios: bueno será que el trascurso del itinerario de nuestra existencia, no contradiga nuestro origen ni nuestro final. Todo lo que no sea amor estorba y..., a veces estorba mucho.
Nuestro quehacer como cofradía, no puede centrarse en lo secundario y descuidar lo principal. Lo prescindible se justifica sólo si es un camino hacia lo imprescindible. Lo único absolutamente necesario es el amor. En la hermandad, lo mismo que en el matrimonio, en le sacerdocio, en la familia o en la amistad, lo que importa es amar.
Manuel Amezcua Morillas. Del Epis. HH. CC.