
El apagón de esta noche y madrugada me sugiere toda una serie de simbolismos tan realistas como idealizados, llenos de significaciones múltiples.
En primer lugar, se manifiesta de manera clara y rotunda nuestra enorme fragilidad. Nos creemos fuertes en nuestra eficacia y la verdad se alza sobre nosotros en toda su rotunda manifestación. No somos gran cosa y un apagón nos deja sin calor y sin color, sin saberes y sin sabores, sin comunicación y sin trasportes.
En segundo lugar, nuestras pretendidas seguridades son perfectamente inestables. Como ocurrió en tiempos de la pandemia, nos asaltan fácilmente nuestras inseguridades, indecisiones y miedos. Creemos gobernar la realidad y es la realidad la que nos gobierna. Nuestro materialismo se nos deshace entre las manos y carecemos de un asidero fijo y estable.
En tercer lugar, nuestro consumo nos consume y el el consumidor termina siendo el consumido. Ahora bien, la electricidad que potencia el consumismo, nos revela en su ausencia la sed de llenar la vida de cosas en vez de repletar las cosas de vida.
En el orden puramente humano, nos ocurre igual que en el orden hondamente religioso: nos ocupamos mucho de las cosas que nos ha dado Dios y muy poco del Dios que nos ha dado las cosas. La feria de las vanidades centra nuestra dispersa alma y nos descentra del amor que da sentido a nuestra existencia.
Me alegra compartir con todos vosotros un hondísimo pensamiento de San Agustín que está llenando de luz mi Pascua:
"El que podía haberse librado de la Cruz, prefirió levantarse de la tumba".
Cristo vivo nos puede ayudar a poner las cosas en su sitio: toda realidad humana, incluso las que nos hacen sufrir, nos inquietan o nos perturban, son una oportunidad para levantarse de la carga de muerte, egoísmo, violencia y pecado, para resucitar a la plenitud de un amor que va mucho más allá de la simple solidaridad.
La luz de Cristo en nosotros - "yo soy la luz del mundo"..."vosotros sois la luz del mundo"... es mucho más importante que la electricidad. Eso.
Manuel Amezcua Morillas